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MEJOR ESCRITOR DE NARIÑO, 2019

​

RAMÓN

 

 

Por:Robinson Coral Portilla
Pupiales, Colombia

 


      Despierto rodeado por ramas espesas y unos cuantos trozos de madera disfrazados de refugio para arroparme cuando sopla, perdí la cuenta de los días que aguardo vivo y afligido, mientras me cuesta simpatizar con la libertad.
     He acostumbrado mi cuerpo a sobrevivir con el frío y la poca comida arrojada de vez en cuando en el viejo plato, diestro a comer sin utensilios, ya no me quejo, basta con que haya algo para mordisquear, aun cuando, negado a consumir alimento en aquel sucio contenedor en principio, pudo al fin más el hambre que la dignidad. Con los días que pasan, he habituado mi refugio, amarrado, el pelo enredado y el olvido acechando inclemente, aferrado al tiempo que me descalabra raudo, tanto así que pensar se me ha vuelto inusitado, como si las cadenas que me atan, también sostuvieran mi mente cautiva. El calendario me es indiferente, ni el día, ni la hora, solo ver al sol salir y perderse con el escaso juicio que conservo, me pregunto si Dios me pone a prueba y, en definitiva, no consigo comprender su obra, así que la mayor parte de las veces termino por aborrecerlo u olvidarlo, sin malgastar más energía en ello, que ya de por sí la razón me es esquiva, entonces, no me queda más que amoldar los trapos y acostarme en el rincón, descansando de las desgracias que a uno le ocurren.


    No sé cuánto tiempo llevo cautivo en este tugurio de hojas caídas, pero me gusta correr hasta donde mis cadenas me lo permiten, como al inicio, de un lado a otro intentando escapar, ahora es pura voluntad. Con cada día que pasa, un pedacito de memoria se me esfuma. ¡Válgame Dios si podré escapar!, espabilo ensordecido cada mañana descompuesto, aguardando el bullicio con que inicia la jornada. Preparo la rutina del día, esperando junto al plato y los pasos de aquel personaje que acarrea consigo el balde de comida. Discurro en la absurda historia que podría contarles a los que vienen, si consigo escapar con vida de esta, pero puede más mi mal y termino distraído sorbiendo un poco de agua. Como es costumbre, atasco mi boca con algunos bocados del lastre, luego estiro las piernas y me convierto en un trompo que da vueltas y vueltas hasta caer rendido. En el segundo intento, tropiezo de repente arremetiendo tan fuerte que, las cadenas se vuelven insoportables rindiéndose ante su trabajo y los cerrojos se abren inesperadamente, como si la intención manifiesta sobrase, corroídas por la acción natural del óxido, he de suponer.

 

   Los acontecimientos transcurren de manera atípica en mi cabeza y más cuando mi cuerpo se vuelve ajeno abdicando a la razón, que ya de por sí ha sido estropeada por la rutina; apenas contemplo lo ocurrido, me cuesta reaccionar hasta que de nuevo me encuentro corriendo en círculos, pretendiendo alcanzar el borde, pero esta vez sin darme cuenta, consigo rebasar los límites del cautiverio y me apodero de las fronteras, en tanto, dejo de ahondar en razonamientos imprecisos y me desato en una carrera interminable a la deriva, con imprecisos pensamientos meciéndose de un lado a otro. Se me ha despojado de mi razón y memoria, cual marioneta en el escenario mecido por los hilos, mi cuerpo es convertido en instinto inmediatamente consumado por la inercia, mis músculos amortiguan el dolor con el calor emergiendo de las entrañas. Díganme, ¿qué puede hacer uno cuando el tiempo lo ha derrotado? ¿A dónde ir?, solo corre, reclama una voz en mi cabeza, solo corre. Padezco la alegoría del trance en el que me interno con la brisa y tiempo atascado en cada zancada, en medio de la llanura sin esperanza, sin ganas de arribar a ningún lado, huyendo de la tragedia voraz y la soledad incansable.


    Por fin, mi cuerpo cobra cuenta, al tiempo que me desplomo sobre el pasto con el espíritu agotado y hambriento, tratando de pensar en desenvoltura, con la suficiente conciencia para reconocer que la espera resulta en vano, porque esperar es de aquellos que mantienen la fe más yo había preciso de ella hace tiempo; me quedo dormido y despierto sintiendo unas carrasposas manos aplastando mi torso, hago caso omiso por zafarme y oponer resistencia alguna.


   Nuevamente me atan, ahora con cadenas más recias, a la vez que entrada la noche, mi plato continúa vacío y mis tripas roncan, asumo que sería un castigo por intentar escapar. Me arrincono en una esquina del cuchitril, con la cabeza caída y dolor de patas, me habían arrebatado todo. —¡Perro tonto!, ya deja de ladrar y échate ahí, reclama una voz del otro lado.
 

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